Yo no quiero ser grande
Esta pasada semana estaba, como muchos puertorriqueños, siguiendo las noticias del paso de la tormenta tropical Ernesto por nuestras islas. Me impactó mucho el reportaje de una familia que perdió casi todas sus pertenencias luego de que los vientos del sistema le arrancaran el techo a su casa. La madre narró cómo se puso a llorar ante lo que estaban viviendo. Y de repente, la mayor de sus dos hijas, que tendría seis o siete años, se le acercó, la abrazó y le dijo “Mami, cálmate. Sí, hemos perdido muchas cosas, pero estamos bien y estamos todos juntos.” La madre jamás esperó que esas palabras tan sabias salieran de la boca de su niña. Pero la calmó.
Y es que así son los niños, sabios de tantas maneras. Mi pregunta hoy es: ¿qué ocurre cuando crecemos, se nos olvida seguir viendo la vida a través de los ojos de la inocencia?
Recuerdo que cuando era niña, a veces mami o papi salían de la casa y yo les pedía que me llevaran. Fueron muchas las ocasiones en que me dijeron, “No, Lily, no puedes ir porque vamos a hacer diligencias”. De repente, “hacer diligencias” se convirtió para mí en la definición de ser “grande”, y soñaba con que algún día crecería y podría hacer diligencias también.
Lee también: Cuando cambian los planes…
Hoy que ya estoy pasada de ser “grande” y hacer “diligencias”, quisiera por momentos darle hacia atrás al calendario y regresar a aquellos momentos en que la vida era tanto más sencilla y menos estresante, no porque no ocurrieran cosas negativas, sino porque o nos protegían de ellas, o no las cogíamos tan a pecho como ahora que somos adultos.
Es obvio que no puedo volver atrás. Pero sí puedo, al igual que todos, buscar reconectarme con esa niña interior que, como la niña de la familia que perdió sus pertenencias a raíz de la tormenta, puede enfocarse en lo que tiene, y no en lo que ha perdido. ¿Qué podemos aprender de los niños? Hoy comparto con ustedes algunas de sus fortalezas.
- Los niños viven en el momento presente. Practican el “mindfulness”, aunque no sepan lo que es, mucho más que los adultos. Se disfrutan el momento sin pensar en el futuro o el pasado. Ellos viven en el hoy. Si bien es cierto que es natural que los adultos tengamos mayores preocupaciones y temores, también hay que reconocer que muchas veces nos dejamos arropar por ellos, lo cual nos roba felicidad.
- Los niños tienen una imaginación sublime. Crean mundos que los hacen felices y a los cuales pueden escapar. Si no han visto la película “If” sobre los amigos imaginarios, se las recomiendo. Los adultos muchas veces perdemos esa capacidad para ver más allá de la realidad, en ocasiones volviéndonos cínicos y poco creativos. Pienso que todos los grandes visionarios y visionarias están conectados con sus niños internos.
- Los niños son libres de ideas preconcebidas y prejuicios. Si muestran prejuicios es porque lo han aprendido de algún adulto. Para ellos no existen las diferencias. Todos son bienvenidos a sus vidas.
- Los niños se maravillan ante todo. Tienen ese enorme sentido de curiosidad, de querer descubrir y aprender del mundo, que a veces puede ser peligroso porque no están conscientes de las consecuencias de sus actos. Pero ya de adultos muchos pierden esa capacidad de ver la vida “con ojos de principiante”. Desarrollarlo es algo que nos puede brindar gran felicidad y paz en la vida adulta.
- Los niños perdonan con gran facilidad. Unos hermanos o amiguitos pueden tener tremenda pelea mientras están jugando. Los padres los separan y se los llevan, y en minutos se están buscando. Ojalá nosotros aprendiéramos a aceptar y sanar así nuestras diferencias.
Te puede interesar: Cuando sea viejita…
Y como estos les podría compartir muchos ejemplos más de fortalezas que tuvimos como niños y fuimos perdiendo en el proceso. Pero nunca es tarde para conectarnos con ellas. No, yo no quiero ser grande, a menos que sea grande con el corazón de niña.