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Un futuro tecnológico sin mujeres es un futuro incompleto

El 11 de febrero se conmemora el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una fecha que debería ser de celebración, pero que sigue reflejando una deuda histórica. Rafael Alberto Méndez-Romero, decano de la Escuela de Ingeniería, Ciencia y Tecnología de la Universidad del Rosario, señala que, durante siglos, las mujeres han sido invisibilizadas en el desarrollo tecnológico y científico. Sus contribuciones han sido silenciadas, borradas o atribuidas a otros.

“La historia de la ciencia está llena de nombres fundamentales que han permanecido en las sombras. Ada Lovelace, la primera programadora de la historia, fue reducida a una nota al pie en la biografía de Charles Babbage. Rosalind Franklin proporcionó la clave para entender la estructura del ADN, pero su reconocimiento fue postergado a favor de Watson y Crick. Hedy Lamarr, además de actriz, diseñó un sistema de comunicación que sentó las bases del WiFi y el Bluetooth, pero solo en los últimos años ha recibido el reconocimiento merecido. Y así, la lista continúa”, destaca Méndez, experto en educación y género.

Este patrón de exclusión no es cosa del pasado. A pesar de los avances, las cifras actuales muestran que la brecha sigue abierta. Según la UNESCO, solo el 35 % de los estudiantes de educación superior en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) son mujeres, y menos del 30 % de los investigadores científicos en el mundo pertenecen a este grupo. En América Latina, aunque la situación parece más alentadora, el porcentaje de investigadoras no supera el 30 %, y en Colombia se reduce al 26 %.

La desigualdad es aún más profunda en los espacios de decisión y liderazgo: la mayoría de las patentes, los grandes desarrollos tecnológicos y los fondos de investigación siguen estando dominados por hombres, advierte Méndez.

“Este no es un problema de falta de talento o interés. Las niñas tienen un desempeño equiparable o incluso superior al de los niños en matemáticas y ciencias en la educación primaria, pero, a medida que avanzan en su formación, el sistema se encarga de cerrarles las puertas. Estereotipos de género, falta de referentes, sesgos en la educación y en el mercado laboral las empujan a otros campos, muchas veces con la falsa idea de que no son lo suficientemente buenas para la tecnología o la ciencia”, explica el decano de la Universidad del Rosario.

Un problema estructural

Si a esto se suman ambientes hostiles en la academia y en la industria, la pregunta no es por qué hay pocas mujeres en STEM, sino por qué, a pesar de todo, algunas logran abrirse camino.

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Para Méndez, “el problema no es solo individual, es estructural. La inteligencia artificial, una de las tecnologías con mayor impacto en el presente y el futuro, está siendo desarrollada en su mayoría por equipos masculinos. Esto significa que las decisiones algorítmicas que rigen el mundo financiero, la salud, la educación y el acceso a oportunidades están siendo diseñadas con una visión sesgada de la sociedad. Los datos con los que entrenamos nuestras máquinas replican los errores del pasado, perpetuando la exclusión de las mujeres en el mundo digital, en la innovación y en el liderazgo tecnológico”.

“La brecha de género no es solo un problema de justicia social, es un problema de desarrollo. No es posible hablar de innovación si excluimos la voz de la mitad de la población. No es posible encontrar soluciones a los problemas globales si seguimos diseñando tecnologías desde una visión parcializada del mundo. Mientras las mujeres sigan siendo una minoría en la ciencia aplicada y en la tecnología, el conocimiento que producimos será incompleto y, en muchos casos, ineficaz”, recalca.

El cambio no puede seguir esperando

El decano de la Escuela de Ingeniería, Ciencia y Tecnología de la Universidad del Rosario enfatiza que “las universidades deben reformular sus currículos para incluir referentes femeninos y garantizar condiciones equitativas para la investigación. Las empresas tecnológicas deben adoptar políticas de contratación y promoción transparentes que rompan con el techo de cristal. Las familias y los colegios deben alentar a las niñas a explorar la ciencia desde temprana edad, sin imponerles límites. La sociedad en su conjunto debe reconocer que esto no es solo un tema de equidad, sino de desarrollo: sin las mujeres, el progreso tecnológico es incompleto y desigual”.

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El papel de las universidades

Méndez subraya que las universidades deben comprometerse con acciones afirmativas concretas y con políticas que realmente transformen el panorama. Esto implica garantizar becas y apoyos dirigidos a mujeres en STEM, no como un gesto simbólico, sino como una estrategia efectiva para cerrar la brecha.

“Debemos cambiar la manera en que enseñamos, asegurando que los planes de estudio visibilicen a las mujeres que han cambiado la historia de la ciencia y la tecnología. También es clave establecer programas de mentoría con investigadoras líderes que acompañen a nuevas generaciones de científicas y tecnólogas. Las universidades deben ser espacios seguros y libres de sesgos, donde ninguna mujer tenga que demostrar el doble para ser tomada en serio”, agrega.

El académico enfatiza la necesidad de financiar más proyectos de investigación liderados por mujeres y garantizar que los equipos de innovación sean diversos. Las universidades tienen la responsabilidad de transformar sus propias estructuras para que sean inclusivas y equitativas, y de generar conocimiento que no solo evidencie la brecha de género, sino que proponga soluciones reales.

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Además, destaca que las instituciones de educación superior deben comprometerse con la formación de profesores y profesoras en perspectiva de género, para cambiar los imaginarios que durante décadas han excluido a las mujeres de la ciencia y la tecnología.

“Las políticas de equidad de género en la educación superior no pueden quedarse en el papel; deben convertirse en estrategias con indicadores medibles y resultados verificables”, anota.

“Tenemos la responsabilidad de incidir en la política pública. No basta con transformar nuestras propias instituciones si no cuestionamos el modelo de educación que reproduce estas desigualdades desde la infancia. Es urgente que los gobiernos y organismos internacionales trabajen junto con la academia para diseñar políticas de acceso y permanencia para mujeres en STEM y que se creen incentivos para que las empresas tecnológicas promuevan la equidad en la contratación y el desarrollo profesional”, concluye Méndez.

Redacción BeHealth

Grupo multimedios especializado en promover la preservación de la salud física, mental y emocional.

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