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]]>Originalmente el peregrinaje era uno religioso como promesa o búsqueda de sanación física y mental, pero ya más recientemente los peregrinos llegan de todas partes del mundo y por diferentes razones, desde el reto físico que representa hasta la búsqueda de respuestas y fortaleza emocional y espiritual.
Lo cierto es que el camino te provee para todo eso. Resumir lo que significó para mí en una columna sería imposible. Lo que aprendí sobre mi misma y los demás en esta aventura ameritaría un libro, pero eso ya lo hizo magistralmente Silverio Pérez. De hecho, el grupo con el que viajé fue el último de seis organizados este año por Silverio y su esposa Yessica Delgado. Tengo que agradecer a ambos el que hayan creado esta oportunidad para que tantos de nosotros viviésemos esta experiencia transformadora.
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Ya nos habían advertido sobre el reto físico que conllevaría caminar seis días, un promedio de veinte kilómetros diarios (unas doce millas). Pero no contábamos con que la lluvia iba a dificultar grandemente el proceso. Hubo días en que francamente pensé que no podría terminar el trayecto. Pero aprendí que soy más fuerte de lo que pensé. Siempre fui de las últimas en llegar. Dejé la prisa en casa y entendí que, al igual que en la vida, en el camino se llega cuando se puede, enfocándonos en el momento y en el “largo plazo”, no en quien llega primero. Fui testigo de cómo lo difícil se facilita cuando nos ayudamos unos a otros. Una de las compañeras del grupo, de ochenta y dos años, me enseñó que la edad no debe ser límite para nada en la vida. Gracias, Ada. En fin, aprendí muchas lecciones en este camino, el cual espero repetir algún día.
Lo que no esperaba, la gran sorpresa, fue la conexión que sentí con el terruño gallego, el cual llevo en la sangre. Mi bisabuelo paterno nació en un pequeño pueblo de Galicia llamado Cangas, en la provincia de Vigo. Emigró a Aguadilla, se casó con una boricua, y allí tuvo a sus hijos. Aunque nunca lo conocí, recuerdo que mi abuelo, Don Constantino García, se sentaba a escuchar la canción de Julio Iglesias “Un canto a Galicia”, y lloraba recordando a su padre. Aunque no pude llegar a Cangas, esos seis días caminando por costa, montes, y poblados gallegos, me hicieron conectarme con el recuerdo de mi abuelo de una forma que jamás esperé. El vivió con nosotros casi quince años, y aunque peleábamos mucho, fue una gran influencia en mi vida, y nos queríamos tanto…
Mientras caminaba recordé cómo de niña yo tendía a padecer de momentos de tristeza y melancolía que llegaban repentinamente y que ni yo misma podía explicar. Mi abuelo me observaba y se daba cuenta. Y en varias ocasiones me dijo que yo padecía de “morriña gallega”. Siempre me quedé con la duda de a qué rayos se refería.
Un día, caminando por uno de esos pequeños poblados gallegos, vi a una señora cuidando su jardín y me acerqué. Le conté sobre mi conexión con su tierra y sobre lo que mi abuelo me decía. Ella hablaba más gallego que español, pero en eso llegó su hija y al escuchar mi pregunta se sonrío. Me dijo que definir “morriña” en español era un poco complicado, pero que sí tenía que ver con nostalgia y tristeza. Y añadió que, generalmente, esa tristeza tenía que ver con extrañar su tierra, con ese dolor de haberse tenido que ir y no poder volver.
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La explicación me hizo conectarme en compasión con lo duro que tuvo que haber sido para mi bisabuelo dejar Galicia y nunca regresar. Y a la misma vez me tocó fuertemente el pensar en el dolor que deben sentir tantos emigrantes en todas partes del mundo, incluyendo mi Puerto Rico, al tener que dejar atrás el terruño de sus raíces para buscar mejor calidad de vida. Y creo que también entendí el apego que yo siempre he tenido por mi tierra, tal vez el más fuerte de todos mis apegos. Siempre ha habido una gran resistencia a vivir lejos de Puerto Rico. Dicen que cargamos las emociones de nuestros antepasados, y tal parece que esa “morriña gallega” la llevo conmigo. Espero volver a Galicia, y espero volver a hacer el Camino de Santiago. Pero por el momento estoy todavía asimilando lo que fue esta experiencia y curiosa por lo que todavía me queda por aprender del mundo y de mí.
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]]>Por: Yéssica Delgado
Sin lugar a duda por los pasados 10 años en los que hemos llevado peregrinos al Camino de Santiago, Silverio y yo hemos sido testigos de historias conmovedoras. Hemos presenciado historias llenas de fe, milagrosas y otras llenas de “causalidades y misticismos” pues no tendrían una explicación lógica.
Este año hubo una historia que tocó nuestros corazones de manera muy especial con una mujer maravillosa llamada Sandra. A Sandra recuerdo verla en las caminatas que hacíamos con nuestros peregrinos, en preparación para el Camino, con un “Brace” en su rodilla y siempre que me le acercaba me decía: “La rodilla está bien, no te preocupes, voy a mi paso.” Sandra sentía la necesidad de establecer que nadie se preocupara, y que no esperara por ella, que ella llegaría, a su paso, y no sintiéndose que era carga para nadie”.
Lejos estaba yo de saber que llegaba a Santiago con una “carga que ya para ella era liviana, y que su camino sería uno de cerrar ciclos, a su paso, con su rodilla lastimada, pero un propósito firme e inequívoco.”
En la mañana del segundo día de su camino que iría de Lugo a Redondela; Silverio y yo entrevistábamos a otra de sus compañeras peregrinas, que felizmente mostraba su Camiseta de Susan G. Komen y su número de corredora y nos decía que ese día era el “Race for the Cure” en Puerto Rico y que ella desde España caminaría no sólo por ella y su lucha contra el cáncer (pues está en remisión) sino también por las que no estaban pero que igualmente habían sido unas guerreras pues habían GANADO esa batalla.
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Cuando terminamos esa entrevista escuchamos en la distancia a Sandra decirnos, de la nada… yo conozco bien ese lado pues fui cuidadora… y procedió a contarnos parte de su historia. Nos dejó sin aliento, pues ya veníamos conmovidos por lo que habíamos grabado. Fue curioso, porque no se nos ocurrió grabar su historia, quizás porque estábamos siendo parte de un proceso de sanación que ya venía dándose y quisimos respetar el espacio y la confianza que el momento nos brindó. Recuerdo que la abrazamos sin decir mucho, pues ya comenzaba el grupo a salir del hotel para comenzar su segundo día.
A Sandra volví a encontrarla en su cuarto día en un tramo entre Pontevedra a Caldas de Reis. Ya comenzábamos a sentir las primeras ráfagas de viento y bandas de lluvia de la tormenta Kirk (yo me enteré en el mismo tramo por el guía de grupo, llamado Urko). Recuerdo que cuando llegué para hacer los últimos 12 kms, ella estaba con Liza y Fredes (amiga y sobrina respectivamente) en uno de los bares, mientras se tomaban algo caliente y se resguardaban de la lluvia, pero salieron de allí, mientras yo compartía en otro bar con el resto del grupo.
Habría pasado una hora de caminar cuando divisé su capa, iba sola, como casi la mayor parte de su trayecto pues su amiga y sobrina respetaban su camino y su paso… y su empeño de seguir caminando aún con mucho dolor. Entre la lluvia y el viento, le pregunté cómo estaba su rodilla. Me dijo: me acabo de poner un “Ungüento”, me duele, pero voy poco a poco. Me dijo además que tendría cita en enero para ver si ya su médico determinaba operación pues aún no le tocaba. La miré y le dije: pero te quedan el día de hoy, mañana y llegar a Santiago pasado mañana, si ves que te duele demasiado dale descanso y no la fuerces. Me contestó: “Sí tranquila, estoy clara en eso”. Pero vi en su mirada una determinación de que no se daría por vencida. Me alejé, y unos kilómetros más adelante me encontré con Liza y Fredes y les dije: “Viene por ahí, con dolor, pero no se quita. Es una brava.”
Decidimos esperarla en un bar donde todos los peregrinos pararon pues ya la lluvia no cesaba y era necesario el descanso. Allí yo tomé un café, ella un vino, compartimos todo tipo de tortas con una familia encantadora de Lares que era parte de nuestro grupo, y allí la dejé para continuar mi ruta y ella la suya.
El día de la llegada a Santiago ya todos esperábamos por Sandra a escasos metros de la Catedral (pues venía más lesionada, y otros que también habían sufrido percances). Era el punto de encuentro para que todos los peregrinos de nuestro grupo pudieran llegar juntos.
La vimos aproximarse y todos los peregrinos comenzaron a aplaudir pues sabían cuánta tenacidad y fuerza mental necesitó para poder completar los más de 125 km con un menisco ya maltratado y con mucho dolor… pero como ella misma decía… “cada vez que pensaba en quitarme, el dolor cesaba”.
Mientras esperábamos sentados en un bar por los que faltaban, una joven peregrina que pasó, al verla (a Sandra), decidió regresar y sentarse con ella para que entraran juntas a la Catedral. Fue en este punto que me enteré de las Botas de Orialis. Resulta que Sandra y Camila (la jovencita Colombiana) habían coincidido en un río en donde ambas metieron sus pies para buscar calmar el dolor de los kilómetros caminados. Cuando Sandra le vio los pies, notó que estaban destrozados por el calzado que había usado, tenía ampollas, y ya sus zapatos le hacían daño. Sandra, abrió su mochila y sacó unas botas que habían caminado junto a ella durante todo el trayecto y que pertenecían a una persona que había sido muy importante y significativa en su vida… su esposa Orialis.
Cuál sería la sorpresa y emoción al percatarse de que las botas le quedaban perfectas a Camila y pudiera completar su última jornada para llegar a Santiago. Por eso cuando Camila la divisó en aquel bar decidió que entraría con Sandra a Santiago pues sin esas botas, ella no hubiese llegado. Ambas lo habrían logrado juntas, y juntas debían llegar y dar gracias frente a la Catedral.
La llegada fue emocionante por demás y Sandra iba decidida a dejar las botas en Santiago. Ví que las colocó frente a una puerta inmensa color verde de un edificio lateral de la Catedral. Ya serían casi las 6:30 de la tarde cuando tomamos la foto de grupo, celebramos su llegada, el grupo se fue hacia el bus que los llevaría al hotel y a punto de salir de la Plaza de Obradoiro, recibí la llamada de la líder del grupo 4, Raitza, que acababan de llegar desde Puerto Rico al aeropuerto de Santiago y 15 maletas de nuestros peregrinos no llegaron (se habían quedado en Madrid) y los peregrinos comenzarían su peregrinaje al día siguiente. Acto seguido me dijo: Y adivina qué? Laura (una peregrina que ya había hecho el Camino en el 2014 con nosotros) vino en chancletas… sus tenis están en la maleta, no tiene calzado, ni abrigo.
No lo pensé ni un minuto… volví a la puerta a buscar las botas que había dejado Sandra allí y le dije, dile a Laurita que ya tiene calzado (espero que le sirvan) y Silverio le presta su jacket pues el mío no le servirá.
Al día siguiente, Laura, que venía de Estados Unidos, a las 7 de la mañana se estaba probando las botas que le permitirían hacer su primera jornada de Baiona a Vigo. Me preguntó de quién eran y le dije que le contaría el origen de las mismas cuando terminara su Camino. Al filo de las 10:00 a.m. de la mañana le escribí a Sandra un texto con una foto que decía: “Solo para que sepas que tus botas aunque estuvieron ayer en Santiago hoy comienzan nuevamente el Camino desde Baiona.” Y le envié la foto de Laura feliz con sus nuevas botas y su jacket lista para su jornada. Sandra estaba sorprendida y agradecida.
Cuando le llegó la maleta a los peregrinos al día siguiente, Laura me escribió: “Gracias por las botas y el jacket pues pude hacer mi primer trayecto sin problemas. Las dejo en el hotel para que se las devuelvas a su dueña.” Lejos estaba ella de saber que días más tarde estarían nuevamente en la misma puerta en Santiago, pues era el deseo de Sandra que estuvieran allí.
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A los 3 días, fue que pude devolver las botas a donde originalmente fueron dejadas y eso “coincidía” con la llegada del grupo 3, cuyo líder Oscar no solo conocía a Sandra sino que habían trabajado juntos en la misma empresa. Antes de dejar las botas… le puse un papel dentro, a petición de Sandra… y le escribí lo siguiente:
“A quien encuentre estas botas…
El propósito es que quien las necesite las pueda usar. Ellas pertenecieron a una persona muy especial y nos gustaría que quien las encuentre nos deje saber quién es y de qué país?
Estas botas vienen directamente de Puerto Rico así que quien las encuentre, utilicelas.
Buen Camino! (También le incluí el correo de Sandra para que le escribieran)
En la tarde, cuando llegamos a la Plaza de Obradoiro con el grupo 3, ya las botas no estaban. Me dio como una especie de nostalgia. Una mezcla de tristeza e incertidumbre que el viernes pasado se disipó con un mensaje de Sandra.
“Hola Yéssica. Espero que estés bien al igual que Silverio. Hoy recibí el tan esperado mensaje… Las botas de Orialis las tiene una Peregrina de España. Se llama Eva.”
Eva le había escrito lo siguiente:
“Buenos días, en España. Quería agradecerle las botas de peregrino, han llegado a mis manos, y leí su nota, y era justo lo que necesitaba en este momento. Muchas gracias y un saludo a Puerto Rico”, Eva Sánchez.
Ese mismo día en Puerto Rico, Sandra y Laura se juntaron. (No lo podía creer cuando lo supe). Yo le había contado la historia de las botas a Laura cuando llegó a Santiago… y recuerdo que le dije a Laura, esas botas que vinieron desde Puerto Rico, que caminaron en la mochila de Sandra, han logrado cerrar un ciclo para Sandra… y Laura me dice: “No lo puedo creer, yo estoy cerrando un ciclo también en mi vida, y las botas me sirvieron para eso.”
De abrir y cerrar ciclos se compone la vida, cada día me convenzo más que el Camino no tiene nada especial ni mágico… Lo especial y mágico son los seres humanos que transitan por él, con sus anhelos, sus alegrías, complejidades, con sus tristezas, dolores, y el proceso de sanación que se da continuamente cuando lo permitimos y abrimos nuestros corazones.
Cada día me convenzo más y soy testigo de los pequeños y no tan pequeños milagros que se dan en el marco de desconectarnos del mundo para conectarnos con nosotros mismos y nuestra esencia. Cada día me convenzo más que nos apasiona lo que hacemos, dentro y fuera del Camino De Santiago.
Desde donde quiera que estés Orialis… otras personas se han puesto en tus zapatos … y ¡sigues haciendo la diferencia!
¡Ultreia y buen Camino!
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]]>Sin embargo, yo también tenía la responsabilidad de, en esos 30 días que iba a estar en El Camino, escribir dos columnas de opinión para El Nuevo Día para el segundo y el cuarto martes del mes, 8 libretos de sátira política de 5 minutos cada uno para mi sección Reír por no llorar del programa Viva la tarde de Wapa TV, 4 escritos como éste para los amigos de BeHealth y el libreto de Los Rayos Gamma para el próximo espectáculo en el Centro de Bellas Artes. Todo eso en estos 30 días, y como si eso fuera poco, de cada grupo que estaba haciendo El Camino me había propuesto grabar y editar un vídeo que captara los más importantes momentos que vivieran a través de la ruta, o sea, un mínimo de 6 videos en total. A nivel personal, también tenía la meta de caminar, entre la atención a un grupo y otro, un mínimo de 125 kilómetros que es lo equivalente a lo que cada uno de los peregrinos tenía que caminar para llegar a Santiago de Compostela.
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¿Saben qué? ¡Logré todo esto que me propuse! Pero no fue fácil. Requirió alterar en muchas ocasiones lo planificado para atender situaciones como la de una peregrina que se lesionó y hubo que llevarla a un hospital, o gestionar un cambio de hotel para un grupo de un día para otro, darle apoyo a uno de los guías que había tenido un accidente de tránsito, suspender un día de caminata por una tormenta que afectó Galicia, en fin, cada día lo urgente reclamaba nuestra atención, sin desviarnos de lo importante. Ese discernir entre lo urgente y lo importante en cada momento es la clave del éxito.
Aquí es bien importante dejar establecido que nada se consigue en la vida si uno no es capaz de formar equipo, de apoyar y dejarse apoyar, de pedir ayuda cuando es necesario y de reconocer cuando no se tiene control de lo que puede suceder y aceptarlo con humildad. En mi equipo contaba con varias estrellas, siendo mi esposa, Yéssica, la líder y “playmaker” por excelencia, y los líderes de cada grupo, las columnas en las que se sostenía el proyecto. Les confieso que nunca había tenido un mes tan intenso y de tantas responsabilidades como el que acabo de concluir. La satisfacción mayor sin embargo no es mi logro personal, sino haber sido instrumento para que 165 personas y seis líderes lograran su sueño de completar El Camino de Santiago. Eso sin minimizar los 168.8 kilómetros caminados personalmente, y los 275,000 pasos contabilizados por mi aplicación de Activity Tracker que también me reafirmaron que, a los 76 años, y luego de algunos retos de salud a los que me enfrenté recientemente, ¡SE PUEDE!
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]]>A veces esos conceptos como la edad nos limitan pues nos apegamos a lo que la sociedad dice que debe ser el comportamiento de “un adulto mayor de 75 años”. Cuando rompemos con esos paradigmas impuestos por las creencias que adoptamos a través de lo que leemos, vemos o escuchamos, se abre un mundo de posibilidades.
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Don Julio es un buen ejemplo de ello. A los 78 años hizo El Camino con nosotros en el 2022. Tanto le gustó que tomó la decisión de hacerlo otra vez. Un cáncer se interpuso en su camino, pero lo enfrentó con la misma valentía que antes, recorrió los sobre 140 kilómetros entre Sarria y Santiago. Ayer lo recibí en el Parque de la Alameda, a una cuadra de la Catedral de Santiago de Compostela, libre de cáncer y con una sonrisa en el rostro que de recordarla me emociono.
A sus 80 años, acompañado de su hermosa esposa Damaris, que anda por ahí cerquita en edad, y un hijo que vino de Arizona a acompañarlos, completó su Camino de Santiago, esta vez desde Baiona, con tormentas, lluvias, frío y muchas subidas y bajadas. ¡Qué gran lección nos ha dado don Julio! Se convirtió en la fuente de inspiración para muchos que ante la primera protesta de alguna parte del cuerpo permitían que por lo menos les cruzara por la mente el “no puedo”.
Seamos como don Julio y descubramos su secreto: una eterna sonrisa en su rostro, que le sale del alma, del convencimiento de que la edad no me limita, solo me pone unos retos que estoy dispuesto a enfrentar. Don Julio, ¡buen camino!
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]]>Lo primero es atreverse a soñar. No todo el mundo se da el permiso para hacerlo. Quizás porque creció en un hogar donde no se le fomentó el que se atreviera a soñar, quizás porque un resultado no deseado le sembró la semilla de la duda, quizás porque no ha visto en su entorno a sus pares lograr sus sueños. Hay que atreverse a soñar.
Lo segundo es distinguir entre lo que es una meta y lo que es un sueño. La meta es el qué para cuándo. El sueño va más allá de eso pues es la emoción y la razón de obtener esa meta. Lo tercero es ponerle disciplina y esfuerzo. Sin disciplina, ese convertir en hábito las tareas que hay que realizar para lograr lo que se quiere lograr, no vendrán los resultados. Todo el que logra un sueño sabe que estos tres elementos son fundamentales para convertir en realidad lo que se ha soñado.
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Pero hoy quisiera añadir un elemento adicional y es el convertirte en un facilitador para que otros logren sus sueños. Te aseguro que la emoción se multiplica.
Yéssica (mi esposa) y yo nos emocionamos cuando el 18 de julio de 2013 logramos el sueño de hacer el Camino de Santiago. Pero por diez años hemos experimentado que ser instrumentos para que otras personas lo hagan da una satisfacción que no se compara con aquella emoción primera. Mientras lees este escrito estamos celebrando el décimo aniversario de haber llevado por primera vez a un grupo de boricuas al Camino de Santiago. Este año, cuando el último de los seis grupos que estamos llevando llegue a la Plaza Obradoiro, sentiremos la emoción de haber hecho la diferencia en la vida de sobre 750 personas que a lo largo de estos diez años lo han logrado.
Atrévete a soñar, logra la consecución de tus sueños y luego conviértete en un forjador de los sueños de otros.
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