Me llamó la atención la peregrina que cada día utilizaba una camiseta distinta. Al tercer día de peregrinaje le conté. Ese día en particular caminaba por sí misma, por haber superado el cáncer y la camiseta tenía un retrato suyo levantando los brazos en señal de victoria el día que en la clínica tocó la campanilla que indicaba que estaba libre de cáncer. Entonces le pregunté por los dos días anteriores y por los tres que le faltaban. Cada día lo dedicaba a alguien que ya lo había hecho o estaba en el proceso de experimentar algún tipo de sanación, fuera física, emocional o espiritual.
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En la vida, inevitablemente nos vamos a enfrentar a situaciones que nos ocasionan heridas, en lo físico, en lo emocional y en nuestras más profundas creencias. Pero de la misma forma que el diario vivir nos pone
esos retos en el camino también nos da las oportunidades de sanar. A veces el perdón es la mejor quimioterapia para el alma. Desde ese día que conversé con la peregrina conversé con decenas de peregrinos. La mayoría utilizaba el sacrificio de caminar bajo lluvia, viento, frío y en algunas ocasiones con un sorpresivo y caliente sol, para sanar alguna circunstancia de su vida. La mochila se convertía entonces en un símbolo de las cargas con las que andamos por la vida, que al soltarlas, se nos hace más fácil el transitar por la vida.
Para sanar no hay que ir necesariamente al Camino de Santiago. Con tomar la decisión de sanar y mirar todo lo que nos pasa cada día como una nueva oportunidad de sanación veremos cómo la mochila de la vida se va alivianando. Sin esas cargas, la vida nos sonríe y cada día se convierte en una bendición.