Desde niño, Roberto Torres Solá sintió que el deporte era su lugar en el mundo. Aunque no fue aceptado en el equipo de baloncesto de su escuela, encontró su verdadera pasión en el béisbol.
Un amor por el béisbol que comenzó en las gradas
Lo que comenzó como un pasatiempo se convirtió en un camino de superación que lo llevó a convertirse en árbitro, desafiando las barreras del autismo y demostrando que el esfuerzo y la determinación pueden abrir cualquier puerta.
“Me apasiona el béisbol desde que empecé a ir a los juegos”, recuerda Roberto en entrevista con BeHealth. En 2014, comenzó a asistir a los encuentros de los Mulos de Juncos en la liga Doble A de Puerto Rico.
“Mi mamá tenía un pequeño negocio y yo la ayudaba repartiendo mini postales con el itinerario de los juegos y anuncios”, aseguró. Un año después, ya no era solo un espectador, sino parte del equipo como la mascota oficial. Durante diez temporadas, animó a los fanáticos y vivió momentos inolvidables, como el campeonato de los Mulos en 2019.
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De la tribuna al terreno de juego
Pero su historia no terminó ahí. En 2022, recibió una invitación para participar en un curso de arbitraje dirigido por Roberto Ortiz, árbitro puertorriqueño de las Grandes Ligas.
“No lo tenía planeado, pero al final fui el más destacado entre 31 participantes”, cuenta con orgullo.
Desde entonces, su carrera ha ido en ascenso. Participó en el campamento de la organización RO 40 y fue aceptado en la prestigiosa Wendelstedt Umpire School en Florida. Allí, compitió con otros 90 aspirantes y recibió la Careta de Oro, un reconocimiento a los más sobresalientes del curso.
Un mensaje de perseverancia y confianza
Más allá de su talento en el arbitraje, Roberto es un ejemplo de superación. “El autismo no me detiene, me impulsa”, dice con firmeza.
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Con un diagnóstico de Asperger y diversidad funcional, ha demostrado que su condición no es un obstáculo, sino una parte de su historia.
Su mensaje es claro: “Que no se rindan y sigan adelante sin importar lo que digan los demás. Los padres deben creer en sus hijos y apoyarlos en todo momento”.
Hoy, a sus 26 años, Roberto sigue soñando en grande. Aspira a llegar a las ligas profesionales, pero también quiere ser maestro de educación física y enseñar a niños y jóvenes que el conocimiento es una herramienta tan poderosa como el deporte. Porque, como él mismo dice, “el arbitraje es una puerta para el futuro”.