Madres de todos
Es curioso cómo a pesar de ser ya una chica medicare, todavía hay personas que me preguntan por qué nunca tuve hijos. Cuando les digo que lo intenté en un momento en mi vida, pero no me fue posible, el comentario que sigue es “Ay bendito, pues hubieses adoptado”. Yo sé que la gente no lo hace con mala intención, pero en ocasiones no les puedo negar que me siento juzgada, como que fui una persona egoísta por no tener hijos. Sin embargo, mirando en perspectiva, como la mayor de seis, y tía de diez sobrinos, he sido madre de muchos, hasta de mis padres. Papi ya falleció, pero mami a sus ochenta y cinco está muy bien y muy activa.
Pero de la misma forma que en un momento dado le di la mano a mi hermano y hermanas con mis diez sobrinos, ahora me toca hacerlo con mami. Como trabajo por cuenta propia y puedo manejar mi tiempo, yo soy la que la llevo a las citas médicas, a hacerse estudios, y todo asunto que tenga que ver con su salud. Y peleamos en cantidad. Y tengo que admitir que a veces la quiero sobreproteger demasiado. Me creo que ella es la hija y yo la madre.
Para darles un ejemplo, me dice que tiene que llamar al cardiólogo para hacer una cita. Le contesto que no se preocupe que yo llamo. Y su respuesta es “Nena, yo no soy inútil.” Inhalo y exhalo. Mi respuesta: “Mami, yo lo sé, pero como yo te llevo a las citas, debo hacerla para un día y hora que yo pueda. Tú no tienes mi agenda contigo.” “AH, ok.” Entonces se calma.
También le hago la compra porque ella nunca tiene tiempo porque todavía abre todos los días junto a mi hermana el negocio de la familia en el Viejo San Juan. Si la dejo, termina con la nevera vacía y no dice nada. Este es un ejemplo de la lista de compra que me entrega: “un guineo, una papa pequeña, la botella más pequeña de aceite de oliva que encuentres”. ¿En serio? Entonces le traigo tres guineos o la botella mediana de aceite y me pelea porque soy una botarata. ¿Qué les puedo decir? Las relaciones entre madres e hijas mujeres tienden a ser complicadas. Y esto lo he podido comprobar hablando del tema con cientos de mujeres a través de los años. Pero que mucho tenemos que agradecerles, por lo menos yo a la mía.
Hay una enseñanza de la filosofía espiritual budista que nos invita a tratar a cada ser que nos encontremos en la vida como si fuese nuestra madre. Eso nos obliga a ver a todos en agradecimiento, como si nos hubiesen dado la vida, nos hubiesen cuidado y protegido. También nos inspira a practicar esa compasión y capacidad de perdón que tienen las madres con sus hijos y que en ocasiones es inexplicable. Esa habilidad que tiene una madre de renunciar a tanto para sacrificarse por sus hijos es otra de las cualidades que podemos imitar en ellas para llevarlas a nuestras relaciones con otros seres.
Me consta, que ninguna madre es perfecta, y que en ocasiones hay algunas que hasta han dejado heridas emocionales y resentimientos en sus hijos. Pero les advierto que si los hijos no trabajan con ese proceso de perdonar a través de la compasión, se les va a hacer bien difícil construir relaciones saludables con otras personas a través de sus vidas.
Hayamos tenido o no hijos, aprendamos de lo mejor de las madres para ser madres de otros, para cuidarlos, protegerlos y sostenerlos con nuestro amor incondicional. Si todos lo hiciéramos cambiaríamos el mundo.