¿La colombiana que dijo trabajar en la famosa película «El Niño y la Garza» es mitómana?
La mitomanía, esa propensión constante a mentir, se revela como un fenómeno intrigante que trasciende la mera narrativa fantasiosa. En una entrevista exclusiva con Mauricio Castaño Ramírez, Presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, se exploran las profundidades de este comportamiento, tomando como referencia el reciente caso de Geraldine Fernández, una colombiana que afirmó haber trabajado como ilustradora en la película ganadora a Mejor Película Animada en los Globo de Oro, «El Niño y la Garza», dirigida por Hayao Miyazaki, una historia que resultó ser completamente falsa.
En palabras de Castaño Ramírez, «La mitomanía se caracteriza por la propensión de las personas a fabricar relatos basados en la fantasía o a exagerar hechos reales mediante narraciones». Aunque no se clasifica como una enfermedad per se, constituye una tendencia psicológica que puede vincularse a trastornos mentales específicos, como el trastorno facticio y el trastorno por simulación.
Para Castaño Ramírez, es fundamental comprender que «la mitomanía en sí misma no se considera un trastorno independiente, sino que está asociada a otras condiciones psicológicas». Este enfoque destaca la necesidad de examinar cuidadosamente el contexto en el cual la persona está mintiendo para determinar si existe un trastorno mental subyacente.
¿Cómo impacta la mitomanía?
Las mentiras constantes, características de la mitomanía, generan una cadena de engaños que puede construir una narrativa completamente ficticia. Esto, según el experto, «afecta negativamente la vida de la persona, afectando su funcionamiento personal y generando desconfianza en su entorno». En el ámbito amoroso, por ejemplo, las sucesivas mentiras para ocultar una relación alterna pueden erosionar la confianza en la relación hasta su quiebre.
«La mitomanía, o propensión a mentir de forma constante, conlleva diversas consecuencias negativas para quienes la practican», destaca Castaño Ramírez. La revelación de estas mentiras puede llevar a la ruptura de relaciones interpersonales, ya sea a nivel amistoso o sentimental.
El caso de Geraldine, ¿mitómana?
Dado que la mitomanía no se clasifica como un trastorno específico, el diagnóstico implica una mirada más profunda que va más allá del comportamiento superficial. Castaño Ramírez destaca que «en casos como el relato de Geraldine, es crucial no emitir juicios precipitados». Es necesario comprender el contexto y las motivaciones detrás del comportamiento para minimizar los daños potenciales en la autoestima, la salud mental y el manejo del estrés.
En el proceso terapéutico, la introspección y el deseo genuino de cambiar o resolver los problemas subyacentes son clave para el éxito en la psicoterapia. La terapia puede generar mejoras significativas al proporcionar un espacio para abordar y modificar estos patrones de comportamiento.
Desde una perspectiva psiquiátrica, se subraya la importancia de evitar juzgar los comportamientos de inmediato. «Se debe realizar una evaluación cuidadosa para determinar si las afirmaciones de la persona corresponden a mentiras, distorsiones de la realidad, creencias extrañas o delirios», indica el experto.
La mitomanía, aunque no se clasifica como un trastorno independiente, merece una atención detallada y comprensiva desde la perspectiva psicológica. Investigar las motivaciones detrás del comportamiento erróneo y evitar juicios precipitados son esenciales para abordar efectivamente estas situaciones.
«La verdad y la transparencia deben ser internalizadas como principios fundamentales del comportamiento humano», enfatiza Castaño Ramírez. La atención a la salud mental de quienes practican la mitomanía es crucial para su bienestar y el de su entorno. En última instancia, la comprensión y no juzgar se convierten en elementos fundamentales para abordar efectivamente estas situaciones en el marco terapéutico y en la sociedad en general.
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