Cada vez que le digo a mi hermana Eva que voy con mami a una cita médica, ella me envía bendiciones. Y es que sabe lo que me espera. Y posiblemente muchos de ustedes saben de lo que estoy hablando si son cuidadores o les toca acompañar a madres, padres, tías, o abuelos a alguna cita. La cosa no siempre es fácil.
Mi madre, a sus ochenta y tres años, es una mujer saludable y activa quien, a pesar de los achaques normales de la edad, todavía trabaja. Ella, junto a una de mis hermanas, abre todas las mañanas el negocio de la familia en el Viejo San Juan. Yo disfruto poder llevarla y acompañarla a sus citas porque es de los pocos momentos en que podemos compartir fuera de los estresores del negocio y la familia.
El problema es que ella solo tiene libres los domingos y los lunes así que, para empezar, ya la situación con las citas se dificulta. Ella quisiera que fueran todas o los lunes, o en la semana, pero “bien temprano o bien tarde” para no tener que ausentarse por mucho tiempo del negocio. Combinar su horario con el mío es el primer gran reto, pero le buscamos la vuelta.
Lo próximo es la frecuencia con la cual termino cancelando las citas. Me llama, por ejemplo, para que le consiga urgentemente un dermatólogo porque tiene una mancha que le preocupa. Hago una cita para lo más pronto posible. Cuando la llamo la noche anterior para recordárselo y cuadrar la hora, me dice que ya se le fue la mancha. Me explica que se puso “la crema que le había dado otro médico” en otra ocasión cuando le había salido lo mismo. Inhalo y exhalo…
Y lo mismo ha ocurrido ya dos veces con la fisiatra. Tiene un dolor en un hombro, pero como el dolor va y viene dependiendo del desarreglo o fuerza indebida que ha hecho esa semana, ella siempre cancela porque ya “se me fue”. El mes pasado me puse fuerte y le dije que íbamos a ir como quiera. Como el dolor del hombro es resultado del desgarre de un ligamento, la fisiatra le recomendó varias sesiones de terapia. Hicimos las primeras tres citas para terapia. No ha ido a ninguna porque no tiene tiempo y ella “sabe los ejercicios que tiene que hacer”. Además, ya “se le fue” de nuevo. Continúo inhalando y exhalando…
Antes la corregía cuando les decía a los médicos que es vegetariana, pero ahora me muerdo la lengua. Es como si quisiera impresionarlos con esa información. Mami se alimenta muy bien, y como yo, que desde hace más de treinta años la única carne que como es pavo, pollo y pescado, ella evita las carnes. Pero eso no nos hace vegetarianas. Porque si le pones de frente una croqueta de jamón o una lasaña de pollo, se la come. Y en una fiesta de familia fácilmente también le puede meter el diente a un pedacito de jamón con piña. Pero no, ella es vegetariana….
Lo otro que me reta la paciencia es cuando le hace preguntas a un médico que no tienen nada que ver con su especialidad. Por ejemplo, le pregunta al naturópata qué podría ser un dolor que siente detrás de la costilla derecha, (cosa que ya le había preguntado a la fisiatra quien le había dado varias respuestas). El naturópata, por supuesto, le dice que debe ir a ver a un fisiatra. El otro día le preguntó al otorrino sobre la hinchazón en las piernas. Y los médicos, siempre amables, le contestan y le dicen algo. Y yo sigo inhalando…
Fue el naturópata quien le sugirió utilizar algo natural para la ansiedad porque eso le podía aliviar ciertas molestias en la boca del estómago. ¿Y cuál fue la contestación de mami? “¿Ansiosa yo? Para nada.” El hombre terminó recetándome algo a mí para que lo utilice cada vez que me toque ir a una cita médica con mami. La próxima es con el cardiólogo en dos semanas. Les pido que me tengan en sus oraciones…