El reciente brote de fiebre amarilla que afecta a varias regiones del país ha encendido las alarmas en el sector salud, no solo por la gravedad de los casos, sino porque revela una problemática mucho más profunda: el deterioro ambiental y social que vive Colombia.
Expertos en microbiología y epidemiología de la Universidad del Rosario advierten que el avance de la enfermedad está relacionado con factores como la deforestación, la urbanización descontrolada, el desplazamiento forzado y el cambio climático. Estos elementos han modificado los ecosistemas, ampliando el rango de acción del mosquito transmisor de la fiebre amarilla, incluso en zonas que antes no eran consideradas de riesgo.
“No se trata solo de un mosquito. Es el reflejo de un desequilibrio en nuestros entornos y sistemas de salud. Si no actuamos de manera estructural, los brotes seguirán aumentando”, asegura Luz Helena Patiño, coordinadora técnica del Centro de Investigación en Microbiología y Biotecnología de la Universidad del Rosario.
Según el Instituto Nacional de Salud (INS), entre 2024 y lo corrido de 2025 se han confirmado 87 casos y 39 muertes, lo que representa una letalidad del 44,8 %. El departamento más afectado es Tolima, con 69 casos y una letalidad del 37,6 %.
Lea más: Dormir sin picor: La lucha diaria contra la dermatitis atópica
La fiebre amarilla es transmitida por el mosquito Aedes aegypti en zonas urbanas, pero en entornos selváticos actúan otras especies como Haemogogus y Sabethes. Tras la picadura, los síntomas pueden dividirse en tres fases: una inicial con fiebre y dolores musculares; una aparente mejoría; y una fase tóxica —la más grave— que puede incluir ictericia, sangrados y fallo multiorgánico.
“La enfermedad puede llegar a ser letal. El 15 % de los casos evoluciona hacia la fase tóxica y cerca de la mitad de estos pacientes mueren entre 7 y 10 días después”, explica Carlos Trillos, epidemiólogo y profesor de la Universidad del Rosario.
Aunque la vacuna contra la fiebre amarilla es efectiva y gratuita en Colombia, su cobertura sigue siendo baja. Se recomienda especialmente para personas entre los 9 meses y los 59 años que viajan a zonas endémicas.
Los especialistas insisten en la importancia de vacunarse, eliminar criaderos de mosquitos, usar repelente y ropa que cubra la piel. Pero, sobre todo, llaman a mirar más allá del brote: este no es un problema solo sanitario, sino ambiental y estructural.