El sube y baja de la vida
Yo tenía once años cuando me organizaron mi primera fiesta sorpresa, y la única hasta ahora. Para el mes de febrero, mes de mi cumpleaños, llegaba todos los años a Puerto Rico el Circo Panamericano y casi siempre me llevaban. En esa ocasión iba sola con papi (la excusa fue que era mi regalo de cumpleaños y no había chavitos para llevar a los otros cuatro). Pero a mitad de camino me dijo que se le habían quedado los boletos en casa y teníamos que regresar.
Cuando entré a “buscar los boletos” me estaba esperando casi todo mi salón de sexto grado. Estuvimos bailando y brincando toda la tarde en el estudio de ballet que había en casa (mami fue maestra de ballet por cuarenta y cinco años), y lo pasamos divino.
Poco más de cinco décadas más tarde me vuelven a engañar. En esta ocasión fue un invento de mis compañeros de BeHealth, portal de salud y bienestar con el cual trabajo como periodista, y que publica esta columna, y el equipo de Lifelink, organización con la cual colaboro desde hace muchos años. Con la excusa de que era el cumpleaños sorpresa de Ileana Santiago, la CEO de BeHealth y su hermana Anaeli, llegué hasta la Fundación para la Cultura Popular en el Viejo San Juan para encontrarme que era la celebración de mis cuarenta años en los medios de comunicación. Allí estaba mami, dos de mis hermanas, sobrinos, mis primas, amigos y mentores como la gran Elia Enid Cadilla, y parte del equipo de BeHealth, entre otros. No podía dejar de llorar.
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No sé si les ha ocurrido que están atravesando por una experiencia, pero como que a la misma vez la están mirando desde afuera, como si no fuera con uno, como si fuese una película. Si bien es importante que aprendamos a validarnos por nuestros logros, tengo que confesar que a mí se me hace bien difícil recibir halagos. Reconozco que cuarenta años ininterrumpidos en los medios es una hazaña. Pero siempre sale a relucir el “síndrome del impostor”, esa vocecita que me trata de convencer de que no importa lo que haya logrado, en realidad fue por casualidad, o por suerte, y que todavía no pertenezco a ese mundo. Es algo que he tenido que batallar toda mi vida. Por eso este día quedará grabado en la memoria como uno de los más importantes de mi vida profesional, porque me sentí querida y validada por gente que respeto tanto.
Lo curioso es que cinco días antes de este momento tan hermoso, había llorado también, pero por una razón diferente. Una de mis mejores amigas, Janet, una hermana que me regaló la vida, estaba de vacaciones con su esposo en Orlando pasándola divino. Nos habíamos texteado en varias ocasiones y me estaba gozando el viaje con ellos. Pero esa mañana me llamó ahogada en llanto. “Bienve se está muriendo”. Mi querido Bienve, su esposo y también como un hermano, había tenido un ataque masivo al corazón la noche antes. En ese momento no pude consolarla porque se me destrozó el alma por un momento. Mi amigo se nos fue esa mañana.
Eso fue hace más de una semana, y cuando paso frente a la foto de ambos que tengo al lado de la figura del Buda en mi altar, todavía me parece que no puede ser cierto, y que esta Navidad Janet y Bienve van a estar en casa, como todos los años, celebrando junto a mi familia. La vida es un constante proceso de ganancias y pérdidas, un sube y baja de emociones, y esta semana tuve una muestra de todas. Sentí el dolor de una pérdida tan inesperada, y pocos días más tarde, la alegría que nace del agradecimiento y la emoción bonita de sentirse querido y validado. Y recordé que todo pasa, lo mejor y lo peor, lo positivo y lo negativo. Y las emociones se van nivelando, y volvemos a empezar.
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Los dolores se transforman, y las alegrías le dan paso a nuevos y más profundos momentos de felicidad. Vivan cada día como si fuese el último: gócenla, celébrenla y llórenla cuando sea necesario. Pero cuidado con apegarse al dolor o a la alegría. No se confundan. Nada dura para siempre.