En estos días fui a ver la película “Wicked” (en español “Malvada”). Para aquellos que no conocen la historia, este musical, que ha sido un éxito en Broadway durante cerca de veinte años, nos reinterpreta la vida de la bruja mala del Mago de Oz. En la serie de libros y posterior película del “Mago de Oz” se nos presenta, como en tantas historias, la lucha entre el bien y el mal; entre la bondad y el egoísmo. El villano, o villana, como en este caso, es, ante todo, la encarnación del mal, y, naturalmente, hay que destruirla. Pero ha sido solo en años recientes que hemos visto una gran cantidad de libros y películas que nos adentran en la psiquis de los villanos. Otra producción cinematográfica sobre el tema es “Maleficent” que nos narra como nació la maldad en la bruja de “La bella durmiente”.
En el caso de la Bruja Mala del Oeste del Mago de OZ, la niña nace con la piel verde, y por lo tanto es rechazada, inclusive por sus padres, desde su nacimiento. Toda su vida es víctima de “bullying” o acoso por ser diferente. Se siente inadecuada, fea y no querida. En otras palabras, en ella se está dando la fórmula perfecta para crecer marcada por el dolor, pero más peligroso aún, por el coraje. Y encima de eso, posee poderes extraordinarios los cuales la convierten en un prodigio dentro del mundo de la magia. Claro, son poderes que ella no puede controlar cuando el coraje la domina. Se convierte en la antagonista de la historia no por mala, sino por querer luchar contra los planes del “gobierno” de OZ de erradicar parte de su población por ser “diferente”. ¿No les parece un tema universal y que se ha repetido una y otra vez a través de la historia de la humanidad?
En otras palabras, que la mal llamada “Bruja Mala del Oeste” de mala no tenía nada. Y su historia, como tantas otras que encontramos en la ficción y en la vida real, me reitera algo que aprendí hace mucho tiempo: los monstruos no nace, se hacen. Si bien es cierto que hay seres que, por la razón que sea, nacen neurológicamente desconectados de emociones como la empatía y la compasión (les llamamos psicópatas), hay que reconocer que son la minoría. La gran mayoría de aquellos y aquellas que agreden, que hacen daño, que matan, o incitan a otros a matar (Hitler, por ejemplo), son el resultado de niños y niñas heridas que buscan de alguna forma reivindicar su autoestima a través del poder sobre los demás. El odio y el coraje lo transforman todo. Y cuando no tenemos quien nos ayude a entenderlo y canalizarlo, quien nos recuerde lo valiosos que podemos ser, es fácil perderse.
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Recuerdo cuando laboré dirigiendo grupos de “coaching” en diferentes cárceles en Puerto Rico. Escuché historias desgarradoras. De todos los grupos, el que más difícil se me hizo trabajar fue el de la cárcel de menores, la de las niñas. Recuerdo que salía de las sesiones con el pecho apretado y tenía que sentarme en el carro un rato a respirar antes de continuar mi día. Tanto coraje, tanto miedo, tanta baja autoestima, y, sin embargo, tanto potencial. Siempre he dicho que la única diferencia entre una mujer confinada y yo es que yo tuve más oportunidades, más apoyo, y, sobre todo, más amor. Pero si no hubiese sido por eso, es posible que también hubiese terminado siendo una criminal.
Y comparto mi sentir con ustedes para que nos tomemos el tiempo de detenernos y pensar antes de juzgar; para que nos ocupemos de conocer la historia detrás de los “malos” y las “malas”. El hacerlo no quiere decir que justifiquemos sus acciones, pero sí nos puede ayudar a entender qué estamos haciendo mal como humanidad para que haya tantas personas volcándose hacia el mal, hacia hacerle daño a otros. Procurando entender el porqué, podemos intentar hacer algo, lo que sea, para fortalecer socialmente desde nuestras familias y comunidades, hasta nuestro sistema de educación el cual maltrata de tantas formas a aquellos que son “diferentes”. Nos queda mucho por hacer. Pero sueño con que algún día, los brujos y brujas “malas” utilizarán sus habilidades para el bien, habiendo sanado las heridas y cicatrices que les infligió la vida. Yo trato de hacer lo que me toca. ¿Qué estás haciendo tú?
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