La historia de Marie Ruiz Popa, un viaje de valentía y esperanza
A los 28 años, la vida de Marie Ruiz Popa cambió para siempre cuando fue diagnosticada con una rara condición conocida como atrofia iridiana esencial, que eventualmente desencadenó glaucoma en su ojo derecho, un padecimiento que afecta a más de 80 millones de personas en todo el mundo y es la principal causa de ceguera irreversible, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Hoy, con 56 años, su historia no es solo un testimonio de lucha contra una enfermedad poco comprendida, sino una prueba de resiliencia frente a desafíos aparentemente insuperables.
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Desde el principio, Marie enfrentó la incertidumbre de una condición que los médicos apenas conocían. «Al principio, no es fácil aceptar que no hay solución. Solo puedes tratar los síntomas y aprender a vivir con ello», recuerda.
Durante años, su rutina giró en torno a gotas oftálmicas que debían administrarse varias veces al día, una disciplina que, aunque demandante, logró frenar el avance de la enfermedad.
Cuando el huracán arrasó con su visión
En 2017, cuando el huracán María devastó Puerto Rico, su vida enfrentó un nuevo golpe: La contaminación y el estrés provocados por el desastre ambiental tuvieron consecuencias inesperadas: su córnea se laceró en tres puntos, sumiéndose en un dolor indescriptible que finalmente la llevó a su primer trasplante de córnea; durante un breve periodo le devolvió la esperanza con una visión 20/20, pero la recuperación no duró. Un año después, su cuerpo rechazó el injerto, obligándola a reevaluar su vida por completo.
Marie tomó una decisión difícil, pero necesaria: renunciar a su carrera como contadora pública para enfocarse en su salud. Esta elección, aunque dura, marcó el comienzo de una etapa de aceptación.
«Uno tiene que aprender a preocuparse por lo que puede controlar y dejar el resto en manos de Dios», dice con serenidad.
Tras diez cirugías, incluyendo dos trasplantes adicionales y una infección que casi la dejó sin opciones, su tercer injerto ha sido un éxito relativo. Aunque perdió la visión en su ojo derecho, ha podido evitar nuevos procedimientos y se siente profundamente agradecida con los donantes que hicieron posible su recuperación parcial. «Ellos me dieron una segunda oportunidad de vida, y eso no tiene precio», afirma.
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Lejos de rendirse, Marie ha encontrado un nuevo propósito: Ahora dedica su tiempo a voluntariados con LifeLink Puerto Rico, una organización que promueve la donación de órganos y tejidos. Además, ha creado una vida que le permite trabajar a su propio ritmo, disfrutar de su familia y apoyar a otros que atraviesan situaciones similares.
Para ella, el mensaje es claro: siempre hay una razón para seguir adelante. Reconoce que en su camino hubo momentos de ansiedad y tristeza, pero insiste en que buscar apoyo es fundamental.
«Con la ayuda adecuada de médicos, terapeutas, amigos y familia, uno puede superar cualquier cosa», asegura.