Miguel Ángel Merced de Jesús, residente de San Lorenzo, Puerto Rico, es un hombre que ha visto renacer su vida gracias a un trasplante de hígado en el año 2011. A sus 59 años, este padre de tres hijos y abuelo de siete nietos es un testimonio viviente de cómo la ciencia, la fe y la esperanza pueden conjugarse para dar una segunda oportunidad de vida.
Un diagnóstico que cambió su vida
El camino de Miguel hacia el trasplante comenzó en el año 2000, cuando notó que su conteo de plaquetas estaba disminuyendo de forma constante. Intrigado y preocupado, decidió investigar el problema, y fue entonces cuando los médicos diagnosticaron cirrosis y hepatitis C, enfermedades que agravaron su salud y que eventualmente derivaron en un hepatocarcinoma.
«Para tratar el hepatocarcinoma, me realizaron tres quimioembolizaciones para encapsular el tumor y evitar que el cáncer se propagara», recuerda Miguel.
El hepatocarcinoma, el tipo más común de cáncer hepático primario, tiene un pronóstico ligado a la detección temprana. Es una de las formas más mortales de cáncer en el mundo, especialmente en pacientes mayores de 40 años.
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El camino hacia el trasplante
La aparición del cáncer marcó un punto de inflexión en su vida. Fue remitido al Tampa General Hospital, en Florida, donde inició el proceso para convertirse en candidato a un trasplante. En 2010, Miguel recibió una llamada que cambiaría su destino: debía presentarse en Tampa en tres días para una evaluación exhaustiva.
«Cuando me llamaron, me pregunté: ¿Cómo voy a organizar todo? ¿Con quién dejaré mi casa? ¿Cómo conseguiré los pasajes?», cuenta Miguel. «Pero entendí que esta era una oportunidad que no podía dejar pasar».
Tras una serie de pruebas y preparativos, el 2 de marzo de 2011 llegó la tan esperada llamada. Miguel era un posible candidato para un trasplante de hígado. Ese mismo día, abordó un avión rumbo a Tampa, donde sería sometido a una operación que duró nueve horas.
La recuperación fue exitosa, aunque no estuvo exenta de desafíos: una cicatriz de 69 puntos marcó su cuerpo, pero también simbolizó el renacimiento de su vida. Una vez estabilizado, Miguel regresó a Puerto Rico para continuar su proceso de recuperación y disfrutar de la compañía de sus seres queridos.
«Durante todo el proceso, no tuve miedo», asegura Miguel. «Una enfermera me dijo: ‘Miguel, no te preocupes, esto ya es tuyo, nosotros te ayudaremos’. Ese consejo lo adopté y me dio paz».
La vida después del trasplante
Catorce años después del trasplante, Miguel vive con plenitud y gratitud. «Quería ver nacer a mis nietos gemelos, que venían en camino en ese momento. Esa fue una de mis mayores motivaciones», relata.
Hoy, Miguel puede disfrutar de su familia sin mayores complicaciones de salud. Aunque debe tomar medicamentos de por vida, su dosis actual es mínima, y solo debe evitar ciertos alimentos, como la toronja, que podrían interferir con los medicamentos.
«Este trasplante fue un regalo de Dios. Sin él, probablemente no estaría aquí», afirma. Para Miguel, cada día es un recordatorio de que la vida es un milagro que debe ser aprovechado al máximo.
Un mensaje de esperanza
Miguel sabe que estar en la lista de espera para un trasplante no es fácil. La incertidumbre y la ansiedad pueden ser abrumadoras, pero su consejo es claro:
«Tengan calma y mantengan la esperanza. Crean y oren, porque el milagro puede llegar. Aprovechen la oportunidad cuando llegue y, sobre todo, busquen apoyo familiar. Este no es un proceso que se pueda enfrentar solo».
Miguel es un ejemplo vivo de cómo la perseverancia, la fe y el apoyo de la familia pueden marcar la diferencia en los momentos más difíciles. Su historia es un faro de esperanza para quienes enfrentan desafíos similares, recordándoles que, aunque el camino sea difícil, siempre hay luz al final del túnel.
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